viernes, 19 de enero de 2018

El regreso de las palabras




Desde el portal, Manuela observa la fachada de la nueva biblioteca. El noble edificio, ahora restaurado, parece dispuesto a recuperar ese aire señorial que había quedado impreso en sus recuerdos infantiles. Aquel espacio lleno de libros prestados acompañó su vida hasta su cierre definitivo. La tristeza que le ocasionó tal despropósito fue compensada con las inquietudes de un profesor de literatura que se cruzó en su camino, y al que amó hasta el final. Miguel inundó el hogar de maravillosos ejemplares; unos heredados y otros adquiridos en antiguas librerías durante los viajes que hicieron.
Manuela mira la tarjeta. Aunque le ilusiona acudir a la reinauguración, siente un hondo pesar. Cualquier libro le recordará a esos otros que empeñó para poder sostener sus rutinas más sencillas. Especialmente, el manuscrito de pergamino encuadernado en piel que tanto apreciaba su esposo. No necesitaba el importe que le habían dado por el valioso tomo, pero hubiera sido imposible entregarlo a pedazos. Esperaba que él ya la hubiese perdonado. Ahora, buscaba reconciliarse consigo misma.
El corazón se le encoge, una vez más, convencida de que jamás volverá a tenerlo en sus manos. De nuevo lee las escuetas líneas de la nota, y le agrada comprobar que se han tomado la molestia de poner su nombre en ella. Le sorprende el titánico esfuerzo que ha debido hacer la fundación para incluir en la invitación a cada vecino. Ignora que aquella misiva solo es para ella.
Lo descubre cuando consigue que la curiosidad supere a sus sombras y entra en el edificio.
―Bienvenida, señora ―saluda un miembro del comité de bienvenida entre el bullicio―. Gracias por haber venido. Pensamos que a la anterior propietaria de este tesoro le gustaría saber que hemos querido darle el mejor destino.
En el vestíbulo principal, en una vitrina dispuesta sobre un pie de mármol, duermen las páginas de un manuscrito muy especial.
Manuela no puede dejar de temblar de emoción.



1 comentario:

  1. Si ya digo yo siempre que en un libro caben más cosas que letras.

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