martes, 31 de marzo de 2015

Recaída




      Descendió de nuevo por la madriguera, y llegó hasta el familiar pasillo. Estaba preparada para regresar. Esta vez enfrentaría sus miedos, y escogería la puerta correcta. El tiempo no volvería a escaparse tras el dichoso conejo blanco, porque sus días estaban llenos de proyectos. No habría más dudas sobre el camino a seguir, ni dejaría que nada enredara su mente a la hora del té.
      Sonrió al contemplar el tatuaje con forma de corazón, dibujado en su brazo. Tenía respuestas para todos, incluso para aquella voz felina que retumbaba en su cabeza. Ahora que Miguel estaba con ella, no volvería a temer por su vida. Aferrada a su mano se sentía segura; la apretó con fuerza, dispuesta a dar el paso. 
      Se volvió hacia él para buscar su mirada alentadora, y una fuerte descarga la sacudió de pies a cabeza. Descubrió, horrorizada, cómo su ángel guardián tomaba un trago del pequeño frasco de licor que había sobre la mesa, y comenzaba a hacerse más y más pequeño. Arrastrada por el impulso de seguir junto a él, Alicia también bebió, y rompió a llorar desconsoladamente.

lunes, 30 de marzo de 2015

Volver a empezar




Incrédula, Sofía volvió a mirar el baúl que se había quedado completamente vacío. Permaneció sentada junto a él, acariciando su contorno y dejándose envolver por el noble aroma de su madera, mezcla de incienso y otoño. Asomó los ojos por encima de sus bordes para comprobar, por enésima vez, que todos los tesoros que había contenido hasta ese momento habían desaparecido.
Ernesto la había invitado a levantar sin miedo la tapa para que el aire fresco penetrara en su interior y entrara, por fin, un poco de luz. No sospechó que todo el Amor, que libremente se dejó guardar, necesitara coger perspectiva y evaluar los daños. Segura de sí misma, lo dejó hacer y se olvidó de él toda una semana.
El lunes, las Palabras de ternura escaparon volando. Eran tantas las que se habían acumulado y que jamás volvieron a usarse, que se sentían incómodas y atenazadas allí dentro y, en cuanto notaron que su espacio crecía, vieron el cielo abierto.
El martes, la Necesidad empezó a menguar sin previo aviso, y se hizo tan pequeña que se coló por el hueco de la cerradura.
El miércoles, la Pasión, que había permanecido dormida hasta entonces porque nadie la rozaba, sintió la luz del sol y salió a buscar la calidez de sus rayos.
El jueves, el Deseo escuchó su propio eco fuera de aquel escondite, y la curiosidad hizo que saliera a explorar. Ya no encontró el camino de regreso.
El viernes, la Ilusión halló tanto espacio que comenzó a inflarse con las expectativas, y se elevó como un globo a toda velocidad en dirección a las nubes.
El sábado, la Felicidad se sintió muy sola porque todos la habían abandonado, y se convirtió en una sombra de lo que era, deslizándose entre las bisagras.
Al llegar el domingo, Sofía regresó para cerrar el baúl y dejar a buen recaudo sus bienes más valiosos. Fue cuando descubrió consternada que ya no quedaba nada.
Entonces las lágrimas empezaron a brotar en un sollozo incontrolado, y se sintió desfallecer. Por primera vez, se dio cuenta de que debió haber estado vigilante y atenta a la demanda de todas las emociones que le habían sido entregadas.
Y cuando su alma, herida de muerte, estaba a punto de rendirse al desamor, escuchó la voz de su corazón. Le decía que Ernesto no la había olvidado. En un rincón de aquel arcón había dejado un beso para ella. Lo cogió con cuidado, se lo llevó a los labios y, después, se quedó dormida esperando su regreso. Aún había Esperanza.

Publicado en el libro “La Pluma del Guirre”, editado por la Asociación Cultural Alcorac 1968, de Telde (Gran Canaria).

viernes, 27 de marzo de 2015

Venta cruzada



Aquel verano montaron un cine en la plaza. El más lozano de los mozos aprovechaba para cepillarse a las zagalas detrás de la lona. Esa noche, en pleno acaloramiento, no notaron que la película se había roto. El quiosco disparó sus ventas, sobre todo, en bolsas de pipas.

jueves, 26 de marzo de 2015

El círculo de Afrodita





         Clara se detuvo un instante frente al escaparate de la tienda, junto al portal de su casa. Contempló decepcionada su reflejo, y observó sus cada vez más pronunciadas ojeras y su pelo descuidado. Desde que Lucas nació, apenas tenía tiempo para mirarse al espejo, y sentía que su feminidad se había dado a la fuga hacia algún lugar entre la falta de sueño y el cambio de pañales. No era de extrañar que Martín hubiera perdido interés por ella; llevaban meses sin tener sexo y, aunque él seguía siendo un hombre cariñoso, la pasión se había evaporado igual que el agua caliente de los baños que ya no compartían.
No se lo reprochaba, teniendo en cuenta lo absorta que había estado con su maternidad, pero empezaba a echar de menos la intensidad con la que solían buscarse al principio. Cuando regresó de sus pensamientos y centró la mirada, descubrió los objetos esotéricos que se desperdigaban tras el cristal. Llevaba seis meses viviendo en aquel edificio, pero era la primera vez que había reparado en la actividad real de aquel comercio. Siempre había pensado que allí se dedicaban a hacer tatuajes.
«La Mandrágora. Tarot y rituales», rezaba el cartel de la puerta. Un escalofrío le recorrió el cuello, y tuvo la sensación de que estaba siendo observada. Una chica, en el interior, tenía la mirada clavada en ella. El rostro le resultaba familiar: era la muchacha de ojos verdes que vivía en el piso de abajo, y con la que en alguna ocasión se había cruzado en el ascensor. Esta le desplegó una maravillosa sonrisa y le hizo señales con la mano para que entrara. Como atraída por un imán, giró el pomo y pasó al interior. Un suave tintineo siguió al crujido de la puerta al cerrarse.
—Hola. ¿Estás bien? Te has detenido ahí delante y parecías preocupada. Nunca te había visto pararte, por eso pensaba que...
—Sí, estoy bien, solo un poco cansada. —Clara sintió la necesidad de excusarse—. Y perdona si no he pasado anteriormente por aquí. Es que, no sé, me asustan un poco las cosas de bruj... —se detuvo antes de acabar la frase. 
—¡No te cortes! —dijo ella riendo—, la brujería es para mí lo que para otros la religión. Y no pasa nada porque no hayas entrado antes. Ser vecinas no te obliga a comprarme un amuleto. —Entonces, se quedó callada escudriñando el rostro de Clara, que se sintió desnuda por completo. 
—Y dime —le preguntó al fin—, ¿qué te hace falta?
—¿A mí? Pensé que me habías llamado tú ―respondió desconcertada. 
—Bueno, es posible que yo te haya invitado a entrar. Pero es obvio que necesitas algo. ¿Qué es?
—Pues la verdad es que estoy agotada, y creo que me vendrían bien unas vitaminas —mintió, intentando escapar de aquella conversación—, pero será mejor que busque una farmacia; me parece más apropiado. 

miércoles, 25 de marzo de 2015

Guardando tu desmemoria





Mi adorada Manuela:

Hoy te descubrí frente al espejo, contemplando una imagen que no reconocías, y de nuevo se me partió el corazón al ver tus lágrimas silenciosas. Ha sido mi mano la que ha acudido presurosa para conducirte al rincón más especial de nuestra casa, frente a la vieja librería, y, como cada noche, tus delicadas manos de pergamino han elegido el libro rojo de la repisa. No hay ninguno igual a él; su intenso color destaca sobre el ocre apagado que domina el enorme muro de papel. Lo has abierto despacio, dejando que las hojas se deslizaran entre tus dedos, y te has detenido frente a una palabra subrayada: "siempre". Esa señal parece despertar un recuerdo apagado en tu memoria, porque veo cómo se cimbrea tu figura de pies a cabeza.
Cada día estoy más seguro de que esas letras, que segundos antes eran un confuso ejército de signos, se elevan de improviso en el papel y forman una estrecha escalera de caracol para hacer que tu espíritu ascienda. Intuyo en el brillo de tus pupilas los sueños olvidados que, enredados en tus cabellos grises, los vuelven de un castaño intenso, y cómo tu rostro apagado se transforma en una cara pecosa de ojos vivos.
Conoces esa historia; yo la escribí para ti. Narra atardeceres de otoño acompañados de nuestros besos, y mañanas abrigadas al calor de las caricias. Lástima que, desoyendo mis deseos, cerraste los ojos, y pude presentir cómo las emociones caían con suavidad a tus pies, volviendo a ser frases ordenadas y silenciosas. Yo siempre espero tu vuelta, sin moverme de tu lado, intentando ocultar el breve instante de dolor de mi rostro. Me miras con reparo, preguntándote quién es el extraño que coloca el libro en su lugar y te besa la mejilla.
—Siempre —te murmuré en voz baja. Pero tú ya no me escuchabas.
Sentados en el sofá, he deshecho las horas leyendo para ti, despertando los recuerdos compartidos y describiendo con mi pluma hasta el más leve detalle. Te cuento, como si fuera la primera vez, el instante en que me prendé de tu sonrisa al robarte aquel beso, en una fría tarde de enero. Y a veces, Manuela, cuando el corazón empieza a añorar el amor perdido, se me quiebra la voz y sujeto a duras penas el desaliento.
Pero hoy sucedió algo que merece ser escrito en nuestro libro. Cuando una lágrima furtiva cruzó mi rostro, tú detuviste la caída con una caricia. Me miraste confusa y me preguntaste: —¿Por qué lloras, cariño?
Y ha sido en ese breve instante en el que el destino nos regala un poco de presente, cuando nuestras almas se han reencontrado, mi vida. Quería que supieras que me has hecho el hombre más feliz del mundo.

Con todo mi amor,
Antonio

Ganador del III Concurso de Cartas de Amor de Holiday Rural. Febrero de 2015